El rechazo a la intimidad puede llevar a la castidad involuntaria avivada por fantasmas como sentir vergüenza por el cuerpo y la desnudez, el temor a no dar la talla, a sufrir en las relaciones de pareja o a contraer una ETS... la información y trabajar la sexualidad propia son la clave.
Casi todos tenemos un amigo/a o
conocido/a que no registra en su pasado ni en su presente ninguna relación de
pareja, que no muestra interés por ellas y que en los temas erótico-sexuales
engrosa el movimiento de países no alineados. Es decir, que no se manifiesta ni
a favor ni en contra de lo que se discute, sino que se mantiene callado y
neutral. Algunos incluso sienten cierta molestia o vergüenza cuando aparecen
estas materias en cenas o celebraciones. La sociedad actual, tan propensa a
clasificar y denominarlo todo, tiene una palabra para definir esta situación de
rechazo a la intimidad: erotofobia. Una compañera de trabajo, muy irónica y
mucho menos técnica, decía que no es que estas personas tuvieran miedo al sexo;
sino que, más bien, el sexo les tenía miedo a ellas.
Bromas aparte, este perfil existe
y, aunque nada nos obliga a utilizar o hacer uso de nuestra dimensión sexual,
negar esta faceta de la existencia trae siempre consecuencias negativas, porque
el sexo es el juego de la edad adulta y porque, como dijo Raffaella Carrà: “Sin
amantes, ¿quién se puede consolar? Sin amantes esta vida es infernal”.
Pero la palabra erotofobia no es
la preferida de los expertos. “Este término es muy impreciso. No conozco a
nadie que tenga fobia a todo lo relacionado, ya no con el sexo, sino con la
erótica. Por otra parte, la palabra fobia no se puede usar a la ligera, ya que
significa miedo irracional”, afirma Raúl González Castellanos, sexólogo,
psicopedagogo y terapeuta de pareja del gabinete de apoyo terapéutico A la Par,
en Madrid. Y añade: “De lo que sí sería más preciso hablar es de miedos
concretos a ciertos aspectos relacionados con la sexualidad; al mismo tiempo
que, de esta manera, se acota más el problema. Puede haber temor a contraer una
enfermedad de transmisión sexual, a quedarse embarazada, a fracasar en la
relación de pareja, a no dar la talla; al sexo oral, que a mucha gente le
produce asco o rechazo, a mostrar el cuerpo. Y estos miedos pueden provenir de
experiencias previas, de la educación recibida, a menudo castradora, de la
exagerada exposición a la pornografía o de aspectos ideológicos y culturales”.
Uno de los grandes temores es el
miedo a la desnudez, tan presente como en la época de nuestras abuelas, aunque
por otros motivos. No estar a gusto con el cuerpo que se tiene parece ser hoy
la principal causa para no querer mostrarlo ni disfrutarlo. “Nuestra anatomía
es una gran fuente de vergüenzas, que hace que muchas personas se sientan muy
vulnerables en la desnudez”, señala Elena Capelo, psicóloga en el centro
psicológico CEPSIM, en Madrid. “Cada época ha tenido sus cánones de belleza que
hay que seguir y, aunque actualmente se hacen muchos esfuerzos por borrar esa
estética normativa y por abrir mucho ese canon, las redes sociales, las
celebrities o la normalización de la cirugía estética contrarrestan mucho esos
esfuerzos”, comenta esta psicóloga.
Los acostumbrados a ligar
mediante aplicaciones, que son ya legión, viven el momento del encuentro con el
otro como un reto, como la prueba del algodón, donde ya no hay filtros ni
Photoshop que valga. La mayoría tiene miedo a parecer más gordo, feo o mayor
que en las fotos, pero pocos se preocupan por parecer más idiotas que en el
mundo digital. “Las inseguridades físicas se viven con más temor que las
psíquicas. Por eso, la mayoría de las personas dan menos importancia a la
personalidad que a la apariencia; ya que creen que los defectos de
comportamiento son más fácilmente camuflables que los físicos”, apunta Capelo.
“El mundo digital potencia el miedo a las relaciones físicas y a la intimidad,
que pueden estar llenas de peligros”, subraya por su parte Gloria Arancibia
Clavel, sexóloga y psicóloga, con consulta en Madrid. “Ya hay muchas mujeres
que cuando quedan con alguien en Tinder, aunque sea en un bar, mandan la
ubicación a sus amigas. Perdemos recursos sociales y de seducción, que ya no
son tan comunes entre los más jóvenes, acostumbrados a ver la vida tras una
pantalla, porque la intimidad también se aprende, y en esto el papel de los
padres a la hora de educar a los hijos es fundamental”.
La autoexigencia de tener un
cuerpo perfecto para permitirse disfrutar de él es, todavía, más propia de las
mujeres, aunque ellos van adoptando, poco a poco, esta tendencia. El problema
masculino en relación con la anatomía tiene más que ver con dar la talla, con
el funcionamiento y las medidas. “Desgraciadamente, todavía tiene mucho peso la
idea heteronormativa de la mujer multiorgásmica y el hombre penetrador,
responsable del goce y disfrute de la pareja”, señala Arancibia. “El miedo de
los hombres siempre ha estado ahí, pero antes no se cuestionaba su actuación.
Cuando la mujer empieza a reivindicar su derecho al placer, esa presión aumenta
y con ella la ansiedad ejecutoria”, añade Raúl González. Elena Capelo matiza
que “ese miedo masculino al fracaso afecta a todos los hombres; tanto al
tímido, que lo bloquea y seguramente le impide cualquier acción, como al
valiente, que ve cómo la espada de Damocles pende sobre su cabeza, dispuesta a
caer en cualquier momento”.
La inactividad sexual puede
también hundir sus raíces en el miedo al fracaso de la pareja, a sufrir en las
relaciones, por eso se buscan encuentros superficiales, sin compromiso, vacíos,
asépticos y robóticos, para luego añorar las grandes pasiones de antaño.
“Existe la idea de que lo mejor es vivir en pareja, pero luego a la gente le
cuesta mucho abrirse, se siente muy vulnerable. Hay una dificultad para
esforzarse en una relación y, si no va bien desde el principio, se abandona
enseguida. Muchos enlazan relaciones cortas, banales y con un elevado grado de
insatisfacción. Se tiene mucho miedo al sufrimiento, olvidando que nada es un
lecho de rosas y que en toda relación hay escollos y problemas”, sostiene
Capelo.
“Follo y me voy’ parece ser el
lema para evitar conflictos; por lo tanto, la seducción ha dejado ya de ser
algo importante, un músculo a desarrollar”, subraya Raúl González. “Ahora lo
que seduce son las fotos de Instagram. La comunicación ha pasado a un segundo
plano”. Con esta pobre estrategia, el desastre está asegurado. “Hay personas
que tras un fracaso amoroso lo que hacen es buscar otra relación lo antes
posible. Sin haber analizado las causas, vuelven a incurrir en los mismos
errores, sumando ruptura tras ruptura”, cuenta Gloria Arancibia. “Al mismo
tiempo, la sociedad pena mucho el fracaso amoroso. Se vive muy mal y hace que
uno se sienta un perdedor. De hecho, vivimos las rupturas sentimentales de los
famosos (Shakira o Rosalía) como si ocurrieran en nuestra propia familia.
Tenemos pendiente aprender dos cosas: que el fin de la pareja no es,
necesariamente, un fracaso y que la felicidad no implica tener que compartir la
vida con otro”, argumenta esta sexóloga.
Las enfermedades de transmisión
sexual son otros de los fantasmas que rondan la sexualidad; exacerbados por la
pandemia, que nos recordó que los virus existen y que, a menudo, son mucho más
listos que nosotros. En pleno siglo XXI, hay personas que han abrazado la
castidad por temor al contagio. “Este miedo tiene fácil solución y se combate
con una buena educación sexual, porque hay mucha información, pero poca
formación”, puntualiza Raúl González. “Sin embargo, las campañas de prevención
de ETS o de uso del preservativo parecen vivir sus horas bajas. Ha pasado ya
mucho tiempo desde el ‘Póntelo, pónselo’ y los casos de sífilis y de gonorrea
han aumentado considerablemente en los últimos años, aunque la población no lo
sabe, porque no se la informa”.
¿Qué podemos hacer, pues, para
fomentar la seguridad sexual, para embarcarnos en una relación sin tantos
fantasmas a nuestro alrededor, para ser más espontáneos y estar más conectados
el cuerpo, las sensaciones y el placer? “Ante todo, estar informados, tener una
cierta educación sexual, trabajar la sexualidad, conocer el cuerpo y sus
reacciones, hacer las paces con él. Una cierta autoestima sexual nos dispondrá
a tener mejores relaciones, a elegir mejor a la pareja, a saber comunicarnos, a
pedir y a dar. A poder sentirse vulnerable, seguro y a crear intimidad”,
explica Elena Capelo.
Los que se sienten seguros con
otros es que primero se han sentido bien consigo mismos. Para Gloria Arancibia,
esto pasa por “ser consciente de lo que uno está sintiendo, de sus deseos, de
sus fantasías. Conectar con el cuerpo y llegar a conocerlo. Y, por supuesto, no
dejarse llevar por las modas o tendencias que se supone que tenemos que
suscribir, porque la mayoría somos prisioneros de una sexualidad normativa, que
nos dice lo que debemos y no debemos hacer”.
Hay que confiar en el cuerpo y
abordar las relaciones como un viaje único e irrepetible, que siempre sorprende
y que siempre nos muestra algo diferente, aunque lo hagamos con el mismo
compañero de travesía.
Rita Abundancia / El País
No hay comentarios:
Publicar un comentario