El asesinato del cantautor argentino Facundo Cabral es un hecho horrendo, indignante y cobarde. Y no sólo los argentinos, todos tenemos razones para sentirnos profundamente adoloridos con ese crimen. También igual, no sólo los guatemaltecos deben sentirse avergonzados por ese hecho deplorable en que sicarios acribillaron a balazos a un promotor de paz, sino que todos tenemos que sentirnos acongojados por el deterioro de la seguridad en nuestros países.
Cada vez se mata más impunemente, sin ningún reparo, y cada vez hay menos castigos contra los criminales materiales y para aquellos que pagan para matar. Los asesinos de Cabral no sólo le troncharon la vida, si no que le frustraron su confesado sueño de retirarse en algún momento de su vida a cuidar flores.
Es bueno que nos miremos todos en ese espejo, pues los países comienzan y luego llegan al punto en que se pierde el control de la situación. México aparece dominado por el crimen, y así lo está Guatemala. Por ese camino van muchos otros países de nuestra región, sin que nada en serio se haga para parar ese auge de la industria criminal.
Esas balas asesinas han apagado la voz de Facundo Cabral y nos han roto a todos el corazón.
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