Tanto se ha enardecido el lenguaje de campaña electoral, que a muchos ha hecho perder la perspectiva de que en realidad vamos hacia unas elecciones, y no a otro tipo de confrontación. El cruce de acusaciones, las amenazas y advertencias han matizado este tramo de la puja por el poder, como si ganar las elecciones dependiera más de la capacidad de herir al adversario que del poder de captar votos. No hay concordancia entre el lenguaje y el mensaje que debería dirigirse a los votantes para conquistarlos.
Los candidatos presidenciales de todos los partidos, que son los líderes de sus respectivas campañas, así como algunos que hablan en respaldo de sus aspiraciones, deberían predicar en otro lenguaje. Ganar adeptos mediante la estimulación de la confianza debe ser mucho más provechoso que crear malquerencia con una prédica hiriente. Como jefes de campaña deberían instruir a sus colaboradores para que apelen a un lenguaje de paz.
El ejercicio democrático por medio de elecciones ha sido el sustituto por excelencia del enfrentamiento. El voto tiene la virtud de definir las preferencias de los electores y muy poco, por no decir nada, aporta en este aspecto el uso de lenguaje hiriente. Todos los candidatos deben instruir a sus seguidores y coordinadores de campaña para que recurran a un lenguaje de paz.
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