Siempre estamos demasiado empeñados en hacer nuevas leyes y cuando no, en endurecer las que ya tenemos. Lo hacemos constantemente, cada vez que los problemas nos agobian. Ahora con el tema de la delincuencia, al sentirnos desbordados y frente a los reclamos de la sociedad dominicana para que se ponga control a la situación, nos hemos planteado endurecer las penas que establecen nuestros códigos y leyes.
No cumplimos las que tenemos, pero nos convencemos de que endureciendo esas normas resolveremos los problemas. Sin embargo, estamos empeñados en hacer esas modificaciones para hacer las leyes más draconianas.
Y, convencidos, como si esa iniciativa fuera una panacea contra el crimen, nos abocamos sin mucha reflexión a hacer esos cambios. Lo mismo ocurre cuando proponemos tribunales especiales para juzgar determinados delitos, como el caso del tráfico de drogas y los pecados que se desprenden de esta actividad ilícita y criminal.
Nos proponemos hacer eso, pero no logramos que nuestros tribunales y jueces satisfagan sus tareas para las que han sido seleccionados. Y más que eso, cuando hablamos, decimos que hemos avanzado en el orden judicial. Si así fuera no necesitaríamos más que esas instancias sean responsables en castigar severamente a los que cometen delitos.
Es como si siempre nos propusiéramos complicarnos las tareas. Al no cumplir con las cosas más simples nos planteamos las más complicadas y complejas. En realidad es una forma de huir y de no encarar nuestros temas con la seriedad que ellos ameritan. La verdad es que no tenemos una buena actitud frente a la ley, no nos gusta cumplir ni hacer cumplir las leyes y ese es nuestro gran problema. La impunidad nos norma y es el círculo vicioso.
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