El desayuno escolar, según las cifras ofrecidas por las propias autoridades, le cuesta al país cada día 17 millones de pesos. Con esa suma se distribuyen, también atendiendo a los datos oficiales, unas 1.5 millones de raciones alimenticias a los estudiantes y profesores. En lo esencial, con esa cantidad se da una cobertura nacional, asumiendo que llega a las zonas más necesitadas donde residen las familias que requieren ser ayudadas para que sus hijos vayan a las escuelas y que estén en condiciones de aprender sus lecciones.
El suministro de estas raciones ha sido en muchas ocasiones fuente de conflicto, pues por un lado por las intoxicaciones y por el otro por la calidad de los alimentos que se suministran a las escuelas. También lo ha sido porque se ignoran el uso de los productos nacionales, como la leche, para suplir esas raciones que se pagan con fondos del presupuesto nacional. En los últimos tiempos esas dificultades se han intensificado por las intoxicaciones de estudiantes al consumir esas raciones alimenticias y las explicaciones que se dan a la opinión pública han parecido baladíes. Como eso de que los niños son intolerantes a la lactosa. La intolerancia también ha sido la excusa que se ha dado cuando el daño ha sido provocado por el jugo que se suministra en el mismo desayuno.
Son explicaciones dadas, sin que los responsables de suplir esas raciones y por las que se les paga salgan a dar la cara y a defender la calidad de sus productos. Este problema concentra buena parte del tiempo productivo para el Ministerio de Educación, cuando necesitamos prestar mayor atención a la calidad de la educación. Es tiempo de sentarnos a buscar una solución duradera a este asunto.
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