Nació sin garras. Le salieron después mientras de niño vagaba hambriento de alimento y amor, al ser golpeado, menospreciado, vejado, cuando en la adolescencia acumulaba odio, resentimiento, rencor.
Se le afilaron al convertirse en un joven rebosante de expectación ante la vida pero con un desfase abismal entre sus aspiraciones y posibilidades. Pues bien, le crecieron después, y las usó, las usó presto a desgarrar, asaltar y matar con rabia ciega, decidido a arrebatar lo que quería, lo que la sociedad le negaba.
Golpe a golpe se modeló la fiera en que se transformó Jonathan, sus garras se alargaron más y más al sentir el vacío afectivo, la violencia en su hogar y en la barriada, escenarios de la inseguridad económica y social donde el microtráfico de drogas encontró terreno fértil.
Las comenzó a utilizar en la infancia, en raterías, robando para comer, entrenándose al ingresar a una banda de delincuentes y potenciar su agresividad con alcohol y droga, marihuana, luego crack, éxtasis. Y las sigue usando incorporado a una red del microtráfico que opera en su barrio con la complicidad policial.
Jonathan empleó sus garras con fiereza al comparar lo que a otros sobraba y que en su casa faltaba, al comprobar que aunque de saco y corbata, muchos de los que habitan mansiones y andan en yipetas que le deslumbran eran tan delincuentes cómo él, supo que eran corruptos, mafiosos, gente de doble moral.
Estrategia de sobrevivencia. Como muchos en su barrio, como miles en el país, Jonathan optó por el delito como estrategia de sobrevivencia, tendencia que cobra fuerza con el auge del tráfico y consumo de drogas que incrementa la delincuencia y criminalidad.
Robos, asaltos, estafas, adoptan diversas formas de conducta individual u organizada que rompen las reglas sociales de convivencia, asumiendo medios ilegítimos para alcanzar bienes materiales.
Muchos de los jóvenes del barrio se resignan a su condición de pobreza o luchan por superarla, otros como Jonathan rebelan, desvalorizan el estudio y el trabajo para lograr sus aspiraciones, se miran en el espejo del padre y buscan otras vías dentro de la ilegalidad, negándose a renunciar a ese mundo de bienestar que les cierra las puertas. Y deciden forzar la entrada a cualquier precio.
Engendros de la pobreza. Estos jóvenes, fuertemente armados y estrafalariamente vestidos, con una ética distinta a la de sus progenitores, son hijos de la pobreza y la exclusión, exponentes de la violencia delicuencial: atacan, hieren, matan para despojar a alguien de la billetera, un reloj una pistola, un vehículo, miles de pesos.
Protagonizan actos delincuenciales que se revierten contra la misma sociedad que los marginó, vejó, ignoró.
Jordán, Jonathan, abordaron la adolescencia en tiempos de la globalización ante un televisor, deslumbrados con los extravagantes excesos de consumo en la clase alta y media alta, hechizados por el modelo del éxito fácil, la ostentación de gente enriquecida con la corrupción, con el negocio en que se trocó la política.
Una vez fueron niños callejeros, los andrajosos “tigueritos” de quienes nadie se condolía, los huele cemento, ladronzuelos, mendicantes, que crecieron en un ambiente hostil con extremas carencias materiales y afectivas, víctimas de agresiones, de golpizas terribles, que se hicieron jóvenes y adultos ahogados por frustraciones y animosidades.
Microtráfico. Pues bien, esos muchachos sin familia, sin escuela ni trabajo, hallaron de repente un medio de vida: el microtráfico que se hace parte de su existencia, de su hábitat, con una degradación mayor por su expresión primaria: comer, resolver apremios, pero también vestir a la moda, carros, fiestas, pretendiendo imitar el modelo hedonista que busca la excitación artificial del placer.
Muchos tienen una vida corta, efímera como la de su amigo Jordán, que terminó a los 24 años, como ocurrió a Josué, a Frank, de 17 y 20 años, a tantos jóvenes asesinados en incesantes “intercambios de disparos”. No olvida aquella trágica escena en que lo vio caer abatido en una balacera policial, una de tantas que ensangrientan el barrio, estremecido por el grito desgarrador de las madres entre el tropel de vecinos arremolinándose en torno al cadáver.
Migraciones. Jonathan, Jordán, son hechura de la barriada, donde se esfumó la pobreza mansa de sus padres, la pobreza resignada, callada. Como los policías que también acumulan violencia por sus extremas carencias, son hijos y nietos de campesinos que emigraron a la ciudad en un éxodo que vacía los campos.
Los dos grandes movimientos migratorios ocurridos en el país, uno interno, otro externo, provocaron una nueva urbanidad, pero a la vez una ruralidad dentro de la urbanidad, con poblaciones campesinas que sin respuestas a sus necesidades primarias, formaron guetos en la periferia de las ciudades, las míseras barriadas que han devenido en zonas de violencia.
Y si quieres ahondar más en las raíces, busquemos el porqué del éxodo, la causa que llevó a los labriegos a abandonar el campo, la razón por la que hombres y mujeres arriesgan su vida en yola hacia Puerto Rico. Tú la sabes, todos lo sabemos: los expulsa la pobreza.
LAS CLAVES
1. Más propensos
Un informe del Banco Mundial y la Oficina de la ONU contra la Droga y el Delito indica que los jóvenes están desproporcionadamente representados en los delitos y la violencia perpetrada en el Caribe, como víctimas y victimarios, y que en RD hombres jóvenes entre 15 a 29 años son tres veces más propensos a ser víctimas de homicidio que el ciudadano promedio.
2. Reclutan jóvenes
Los minoristas del narcotráfico al servicio de los poderosos traficantes e inversionistas de las drogas, tienen en los barrios pobres grupos de muchachos en el microtráfico, con el que se masifica la problemática de la droga y se crea un medio de subsistencia.
ZOOM
En los últimos años aumenta el suicidio de jóvenes y adolescentes, un síntoma revelador de trastornos de salud mental en la población que afectan sobre todo a los más vulnerables. Unos trascienden, otros no, a veces quedan truncos. Un tiro, una sobredosis de barbitúricos… una carta, una escueta nota. revelan las causas, que a menudo quedan veladas o en el silencio. El origen puede ser un deterioro síquico, no saber manejar frustraciones, depresión, venganza y a veces razones inconcebibles. El consumo de drogas potencializa las conductas suicidas.
En Patología Forense tienen una media mensual de 1, 4, 5 experticios de suicidios, máximo 7, pero en agosto pasado en sólo en una semana hubo cinco ahorcados: tres hombres, una mujer y una niña de 8 años que se peleó con unas amiguitas con quienes jugaba, cogió una sábana y se colgó. Una joven de 22 años se ahorcó con un cable eléctrico por un asunto pasional. Otros dos jóvenes de clase media se fueron por separado a moteles, uno trató de cortarse con una cuchilla, finalmente los dos terminaron colgándose. Son síntomas que merecen llamar la atención, mover a la reflexión para ver qué está ocurriendo en la juventud, en nuestra sociedad.
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