Son muchas las cosas que nos faltan por hacer para alcanzar el nivel en que aspiramos vivir. Incluso, mirando la forma en que viven otros países queremos alcanzar las cosas que ellos tienen, aunque sin hacer el tránsito que ellos hicieron para tener lo que están disfrutando. Esos países que tienen un nivel de desarrollo a los que miramos como referencias, y que son espejos para sacarnos evaluaciones y frustraciones.
En el desarrollo nadie se saca la lotería. Las cosas se sueñan, se proponen, se planifican y se ejecutan para ser alcanzadas. Y para no dejar dudas, algunos teóricos han colocado la suerte como una especie de categoría histórica, queriendo significar que a quien le toca es al que se propone alcanzarla.
Y aunque hemos tenido gobiernos que han dejado muchas obras materiales por todo el territorio nacional, la mayoría de los dominicanos al ser consultados o al expresar sus consideraciones sobre su presente y su futuro se muestran frustrados. Reaccionan así hasta aquellos que han progresado enormemente en el orden personal y familiar. Hay una queja constante en el orden colectivo, que no sólo refleja los muchos problemas que tenemos aún por resolver, sino la falta de claridad de hacia dónde vamos como nación. No hemos colocado en el corazón ni en la cabeza de la gente con claridad las metas que queremos alcanzar para que se pueda apreciar en cuáles aspectos avanzamos.
No hemos trabajado en aspectos esenciales como en la calidad de la educación, ni hemos hecho los cambios que nos exige el ritmo mundial. Nos ha hecho falta esa brújula y ello genera dos tipos de reacciones. Una que se expresa en frustración y otra que sólo aspira a cambiar al gobierno cuando siente que se beneficia.
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