Si la tasa de desempleo de República Dominicana es la más alta de América Latina (14.4% en el 2010 según la Comisión Económica para América Latina, CEPAL) el crecimiento también superior de 7.08% en el mismo periodo delata, como en ocasiones anteriores, una falla estructural que ensombrece el futuro de la sociedad dominicana, incluso del sector que se beneficia de la expansión. Estamos generando riquezas sin una integración masiva al consumo; sin esparcir las oportunidades para que los individuos ocupen puestos de trabajo; y dejamos que continúe el círculo vicioso que ata las familias a la pobreza.
Se sigue ejerciendo el poder con el efecto limitado de la modernización urbana y de oasis rurales con gastos de cierto efecto social, pero sobre todo visual, cuando en verdad se necesitan cambios fundamentales pues las obras públicas predominantes por si solas no propician un desarrollo que debe ir más allá de torres residenciales, grandes centros comerciales privados y uno que otro recinto universitario. Algunas áreas citadinas son paisajísticamente refrescantes pero se agudiza la desigualdad que los índices reafirman cada año sobre un crecimiento absoluto (no solo relativo) de las masas poblacionales que no logran subirse a un tren del progreso que insistentemente prefiere ir p’alante con una limitada cantidad de viajeros.
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