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miércoles, 8 de agosto de 2012

Las mujeres nunca hablan de su vida sexual previa


Francisco es abogado, esta soltero y tiene 37 años. Aún recuerda perfectamente el día de su última clase de EGB, allá por el 89. “La tutora, que era la profesora de Lengua, hizo un pequeño y cariñoso discurso para todos los alumnos. A los chicos no recuerdo muy bien qué nos dijo, pero cerró el speech rogando a las chicas que se mantuvieran vírgenes hasta el matrimonio porque ‘era el mejor regalo que le podían hacer a sus maridos’. Ahora, la clase entera se hubiese partido de risa, pero eran otros tiempos. Lo cierto es que me alegra comprobar que prácticamente ninguna le hizo caso”. Sin embargo, Francisco apunta que “pese a ello, si preguntas por ahí entre las niñas bien, las respuestas te harían creer que todas se lo tomaron al pie de la letra. Entre la clase alta fingir la virginidad es el comportamiento común”


Elena, arquitecta de 30 años, es de la misma opinión, y cuenta desde dentro del grupo femenino, cómo funciona esta mecánica: “Cuando llegué a la Facultad, sobre el 99, la mayoría de mis compañeras decían que eran vírgenes. Las de fuera de Madrid no tenían tantos problemas y contaban (solo entre chicas, porque hablar de sexo en presencia de hombres es absolutamente inaceptable y puede destrozar tu fama mas que participar en una orgía) sus aventuras adolescentes allá en el pueblo. Pero pasado un año, ya se habían incorporado a la tendencia, llegando incluso a negar tajantemente haber contado nada”.  “Cada vez que tenían un novio nuevo”, ironiza, “se les regeneraba el virgo, e intercambiaban trucos para fingir la inocencia y el dolor de la primera vez (años mas tarde lo harían para fingir orgasmos convincentes pero ‘elegantes’)”

Del regalo al estigma

Los dos testimonios describen en cierto modo como en un determinado sector de clase alta se realiza una performance de la virginidad que es ahora exigida en lugar de la virginidad misma. El símbolo en lugar del hecho.

Algunos hombres comienzan a ver la virginidad como un donLaura M. Carpenter, profesora asociada de sociología en la universidad de Vanderbilt es autora del libro Virginity Lost: An intimate portrait of first sexual experiences, en el que aborda el tema aunque refiriéndose a la sociedad norteamericana. Opina que en los últimos sesenta años el significado y las interpretaciones de ese símbolo “han seguido siendo básicamente los mismas. La gente ha hablado sobre la virginidad como un presente, un estigma, un rito de paso y como una manera de honrar a Dios al menos desde el 1800. Pero creo que la proporción de gente, en cualquier sociedad, que favorece cada una de esas interpretaciones ha cambiado y puede cambiar de nuevo. Su relación con el género también ha cambiado: si la virginidad solía ser un regalo para las mujeres y un estigma para los hombres, estamos ahora en un momento en el que algunos hombres lo ven como un regalo y algunas mujeres como un estigma”.

Gloria González-López es profesora asociada del departamento de sociología de la Universidad de Texas-Austin, y también ha escrito extensamente sobre el tema de la virginidad, centrándose a menudo en la población inmigrante mexicana, como en su libro Travesías eróticas: La vida sexual de mujeres y hombres migrantes de México (Grupo Editorial Miguel Angel Porrúa, 2009). “En ese libro”, explica, “hablo sobre cómo en México las mujeres y los hombres aprenden a dar un valor simbólico a la virginidad lo cual yo identifico con el concepto de "capital femenino". En el caso de México, la virginidad se ha convertido en una forma de capital social que se construye en contextos socioeconómicos y culturas regionales especificas, y por supuesto dentro de una sociedad históricamente patriarcal. El simbolismo que se le da a la virginidad es una construcción social y cultural, y por lo tanto histórica y cambiante”.

El papel social de la vida íntima

Así, podemos concluir que ese “capital femenino” y simbólico varía según el contexto social y nacional. “Hubo un tiempo”, afirma Francisco, que apenas ha salido de España pero siempre se ha movido en los mejores ambientes “y lo digo por cómo hablan del tema las generaciones de mis padres y abuelos, en el que la clase alta o una parte de ella era la punta de lanza de un progreso intelectual, y ponían en duda la vigencia del viejo mito de la virginidad, mientras que determinadas clases medias lo habían asumido tardíamente para, digamos, integrarse en un esquema social respetable. Ahora eso se ha dinamitado. En un ambiente bajo, ser virgen a cierta edad es risible, y los chavales, incluidas las mujeres, hacen ostentación de sus experiencias sexuales, incluso con detalle. Muy al contrario, en un ambiente alto se han olvidado las tendencias rompedoras y ya sólo nos faltan las famosas ‘pulseras de virginidad’. El caso es que España es un nido de hipócritas. Es una virginidad puramente simbólica. Es como el papel moneda comparado con el oro. Vale, como signo y como forma de poder, pero no es oro, desde luego”.

La actitud reservada de las mujeres se debía a la crueldad de los hombres“Los grupos sociales”, opina a este respecto Carpenter, “siempre hacen cosas para distinguirse de ‘los otros’. En sociedades donde la clase social es importante la gente encuentra maneras de hacer esa distinción y la sexualidad a menudo se convierte en una de ellas, quizá porque es tan central en la identidad de las personas (o eso creemos). Una vez que la clase trabajadora comienza a replicar a la clase alta, esta necesita cambiar sus valores para seguir sintiéndose marcada como diferente. Con franqueza, también pienso que las sociedades, o grupos dentro de ellas, empiezan a preocuparse sobre la sexualidad de las mujeres en épocas de gran cambio social –cambio económico o cambio en las relaciones de género o en la vida religiosa y social, lo que sea.

Las reglas del sexo

En cualquier caso, Elena, al recordar de nuevo su juventud, considera que la raíz del comportamiento en su entorno “era una actitud bastante coherente”, ya que, explica, “se orientaba sobre todo a los tipos que les podían interesar para relaciones duraderas. Con los que no interesaban, sobre todo si no eran del circulo y no corrían el riesgo de que lo fuesen contando y arruinando su reputación, no tenían mayor problema en saltar del bar a la cama”. “Aparte del miedo a no poder ‘casarse bien’”, prosigue, “si el tipo conocía su pasado sexual, creo que también era importante el miedo a lo que pudiesen inventarse y relatar sobre ellas. La actitud de ellas tenía cierto sentido si te fijabas en el machismo adoptado por ellos, que en general, tenían bastante menos experiencia pero eran extremadamente crueles de palabra con las mujeres’”.

Las prácticas consideradas más duras siguen estando vetadas“También había reglas que se cumplían a rajatabla”, explica, “como esperar bastantes citas antes de desnudarse; después de desnudarse, esperar también bastantes citas antes de que hubiese penetración y, desde luego, siempre, lloriquear después de cualquier avance, con la típica escenita de ‘¿como has podido hacerme esto? No creas q yo soy así... Pero es que ¡me gustas tanto! ... ¿yo te gusto?’. Había mucha ingenuidad, sin embargo, en todo aquello, y se veía en que, por ejemplo, se creían todo lo que les decían sus novios como, por ejemplo, que obligarles a usar preservativo era una prueba de que no confiaban en ellos”.

Cómo éramos, cómo somos

Según Lucía, amiga de Elena y abogada, “la cosa ha cambiado un poco en los últimos años. Muchas se han dado cuenta de que todo el mundo hace de todo y están deseando experimentar, aunque bastante inocentemente. Las prácticas consideradas mas hard siguen estando totalmente vetadas. Las mujeres ya no afirman su virginidad, pero ninguna le confiesa a un novio potencial haberse acostado con mas de tres o cuatro antes que el o, las que han tenido relaciones largas, solo uno”.

¿Puede, en un contexto tan social, adquirir la persona un concepto personal de la propia virginidad, caso de que esta exista? “Creo”, dice Carpenter, “que mucha de la gente que he entrevistado sentía que sus propias creencias eran distinta de la de otras personas a las que conocían”. González-López es más escéptica: “los limites entre lo personal y lo social y cultural son tan finos y de alguna manera ficticios. Creo que es difícil separar ambas esferas”.

En todo caso, como bien cita Carpenter en un momento de la entrevista, “el gran sociólogo del XIX  W.I. Thomas dijo una vez: si la gente cree que una cosa es real, lo es en sus consecuencias”. Las consecuencias, para bien o para mal, están aquí.

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