miércoles, 8 de agosto de 2012
Las cinco peores trampas en las que caen las mujeres
Las actitudes que nos mantienen en una prisión emocional, que no nos dejan evolucionar, y que impiden que alcancemos todo nuestro potencial, suelen pasar desapercibidas. La clave de su perpetuación, señala María Tolmo, entrenadora emocional, life coach y autora de Una princesa en el espejo (Ed. Edaf) es que permanecen en un plano inconsciente.
Son ideas, percepciones de sí y visiones del mundo que se implantaron en la primera infancia, e incluso antes (hay muchos científicos, como Bruce Lipton, que han puesto de manifiesto la gran influencia que ha tenido para nuestras emociones la permanencia en el vientre materno), lo que hace muy difícil desprogramarlas. Para conseguir este objetivo, lo primero es darse cuenta de que esas actitudes existen, lo que es más probable que ocurra “cuando no eres feliz, cuando estás enojado, cuando las cosas no fluyen como tú quieres o no tienes la relación que te gustaría o el dinero que necesitas. Son momentos en los que la insatisfacción nos hace estar más receptivos, ejerciendo de palanca para el cambio”.
Si te repiten durante mucho tiempo la misma idea, acabas interiorizando aquello que dicen de tiSin embargo, las dificultades que se han de afrontar en ese trayecto son grandes, en la medida en que se trata de actitudes y convicciones muy arraigadas. Como explica Tolmo, se trata de creencias que han sido absorbidas de dos modos: “Si te repiten durante mucho tiempo la misma idea, acabas interiorizando aquello que dicen de ti. La otra forma de que las ideas se queden grabadas por intensidad emocional, a través de sucesos traumáticos que quedan dentro de uno. En este segundo caso, es más frecuente que hayan de tratarse en consulta, porque son miedos más complejos que suelen resultar incapacitantes. Pero si hablamos de la interiorización por repetición, la solución es más sencilla, porque la tarea de desprogramación puede funcionar si se logra conectar con las emociones precisas”.
En esta lucha por liberarse de lo negativo, hombres y mujeres suelen toparse con problemas muy similares. Sin embargo, hay actitudes que aparecen con más frecuencia entre las mujeres. Según María Tolmo, las cinco trampas más peligrosas para ellas son:
Criticar y juzgar
“La mujer suele hablar mucho más que el hombre porque nos relajamos al hacerlo. También damos mucha más importancia al asunto de las emociones. Por eso la mujer suele quejarse de que los hombres no cuentan nada. Nosotras generamos muchas más palabras diariamente y eso hace que también critiquemos y juzguemos más”. Pero tales críticas, señala Tolmo, tienen mucho menos que ver con un afán de atacar al otro que con insatisfacciones personales. “El afuera no existe. Puede que veas algo en los demás que te moleste, pero suele ser o porque quieres eso y no lo tienes (como cuando criticas el coche o la casa de otro, que en realidad te gustaría tener) o porque ves en los demás cualidades que te son propias y que no te gustan nada”. Este tipo de actitudes, añade Tolmo, generan una enorme energía negativa que cuerpo y mente terminan pagando.
El engaño y la mentira
En muchas ocasiones, asegura Tolmo, el miedo a exponernos a la censura ajena provoca que faltemos a la verdad. Otras veces, es el miedo a la soledad y a no formar parte del clan, lo que juega un papel importante a la hora de dar una imagen falsa de uno mismo. Son actitudes en las que suelen caer las mujeres simplemente porque no entienden que lo esencial no es gustar al otro. “La autenticidad es un valor prioritario. Tienes que ser tú misma aunque los demás no estén de acuerdo”.
Las quejas y los lamentos
“Vivir apegadas a la negatividad mantiene cautivas a muchas mujeres”, afirma Tolmo. Pensar que el mundo es injusto y que siempre se sale perjudicada puede hacer que una persona caiga fácilmente en el papel de víctima, lo cual es un error. “No se trata de vivir en un mundo donde toda pasa debido a un misterioso azar, sino de convertirse en la única responsable de la felicidad que se disfruta”.
El apego y la obsesión
“Sé que es una leyenda urbana que hay siete hombres por cada mujer, pero actuamos como si fuera cierta”. Según Tolmo, la mujer, probablemente por circunstancias culturales, “vive pensando que tiene que entrar en competencia con otras mujeres para que no le quiten a su pareja, y por ese miedo a perder se apega en exceso”. Esta clase de emociones, propias de no haber madurado, se refuerzan por razones biológicas, ya que el hecho de que el hombre pueda tener hijos cuando quiera y la mujer no, hace que ésta coja prisa y que el miedo a perder a su pareja aumente”.
El perfeccionismo
“Parece que la mujer siempre tiene que demostrar algo, mientras que el hombre hace las cosas con más naturalidad y menos presión”. No en vano, asegura Tolmo, hace poco tiempo que la mujer ha adquirido derechos esenciales (como el voto) en nuestra sociedad y “eso es algo que permanece en nuestra memoria celular”. Pero más allá del deseo de hacer bien su trabajo, lo cual es positivo, está su vertiente patológica, que no es infrecuente, y que tiende a paralizar a la persona más que a empujarla a conseguir nuevas metas. “El perfeccionismo te impide hacer cosas. Muchas mujeres no aprenden a practicar un deporte o no emprenden un negocio porque se exigen hacerlo perfecto. Esa expectativa provoca que se avergüencen si las cosas no salen bien y que acaben retrayéndose. La energía masculina es más de lanzarse, la femenina es más de procesos”.
La mejor manera de acabar con estas actitudes, asegura Tolmo, es empezar aceptando lo que te ocurre. “No te resistas, no lo reprimas, no lo niegues. Y una vez que hayas conseguido aceptarlo, suéltalo. Hay que tener en cuenta que estas emociones conforman una especie de traje superajustado que no te deja moverte con libertad. Y lo único que tenemos que hacer es desaprender y soltar. Y entonces sale solo”..
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