La compra de conciencias ha sido una práctica fomentada por los partidos políticos en perjuicio de la dignidad de la gente, sobre todo los pobres. El “transfuguismo” es una consecuencia de esa escuela, que relaja los principios y valores, y que violenta las preferencias electorales.
Sin embargo, desde todo punto de vista, el voto de cada ciudadano debe ser un acto de dignidad, un ejercicio de conciencia. Las iglesias, entre otros sectores de gran autoridad moral, llaman a no vender el voto ni siquiera bajo el azote del hambre.
La selección de una opción política se parece mucho a un acto de fe. Es decisión intrínseca del individuo que debe tener una significativa carga de conciencia y dignidad. Un voto al que se le haya puesto precio es un acto denigrante. Es como degradar la propia dignidad a cambio de un beneficio material.


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