El país parecer haberse salvado de dos ataques inminentes de la naturaleza, las que finalmente han variado su curso. La tormenta Emily programada para tocarnos de forma frontal, pero se alejó yéndose hacia el Sur de nuestra isla. Ahora el huracán Irene según su trayectoria ha tomado el Norte de nuestro país y se calcula que no nos tocará con el ojo del fenómeno, el que se ha elevado a categoría 2 por el incremento de sus vientos.
Ambos fenómenos han traído muchas lluvias, pero ninguno ha provocado daños de consideración, pese a que aún estamos sintiendo los efectos de Irene, especialmente en las provincias de la Costa Norte.
Después de todo ha sido una bendición que no hayamos sido tocados de forma dramática, pues las pérdidas en la agricultura, la vivienda, en vidas humanas, en redes eléctricas y telefónicas siempre son muy costosas y su reposición conlleva un retraso en el crecimiento y desarrollo social y económico del país.
Nos hemos quedado, en gran medida, preparados esperando esos fenómenos, y qué bueno que haya sido así, pues lo contrario sería tener que afrontar mayores dificultades que las que ahora tenemos en el orden social. Las autoridades han sido muy diligentes en mantener las alertas, incluso, frente a la indiferencia de muchos sectores de la población que no se han tomado muy en serio la llegada, primero de una tormenta y ahora de un huracán.
Colocado en la misma trayectoria de los huracanes en el Caribe, tenemos la mitad del año con altas posibilidades de ser atacados por vaguadas, ondas tropicales, tormentas y huracanes, y quizás a fuerza de esa amenaza constante la gente aprende a no temer demasiado. También es bueno que así sea, pues lo otro sería una tensión permanente.
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