Henchidos de júbilo y orgullo patrio, buenos dominicanos celebran hoy el 148 aniversario de la proclamación de la Restauración de la Independencia Nacional, conculcada dos años antes por un sector conservador que entregó a la corona española la dignidad nacional que había sido reivindicada por Juan Pablo Duarte y los trinitarios el 27 de febrero de 1844.
A pesar de su participación protagónica en la gesta separatista, el general Pedro Santana ni sus adláteres nunca confiaron en la capacidad del nuevo gentilicio para sustentar la proclamada República, por lo que 17 años después del Trabucazo de la Misericordia, el caudillo canjeó la vergüenza por el título nobiliario de marqués de Las Carreras.
Sin poseer los ejércitos de Simón Bolívar, ni el que posteriormente compactaron Martí, Maceo y Gómez en Cuba, los patriotas dominicanos se la ingeniaron para integrar pequeños grupos de macheteros que aguijoneaban a las tropas colonialistas mediante la táctica de guerra de guerrilla.
Con mucho más valor y coraje que armamentos, los restauradores conformaron pequeños ejércitos que operaban en zonas específicas, pero que se unían de manera esporádica en ataques frontales al invasor, como ocurrió en el sitio llamado Sillón de la Viuda, camino al Cibao.
Escaramuzas tras escaramuzas, se consolidó una gran revuelta popular, integrada por campesinos y pequeños y productores, comerciantes y algunos exportadores agrícolas que pudieron en dos años derrotar al ejército español, cuyo jefe, el general José de la Gándara definió esa rebelión como “un conjunto de hechos heroicos o gloriosos, dignos de ser cantados en poemas”.
La de la Restauración fue una auténtica guerra de Independencia, pues con la expulsión de las tropas españolas, pudo reinstalarse la República, en tanto que la gesta de 1844 tuvo el propósito principal de separar la parte este de la isla del gobierno haitiano y claro: instaurar una nación libre e independiente de toda potencia extranjera, como lo proclamó el padre de la nacionalidad.
A lo largo de la historia republicana, el pueblo dominicano ha sabido levantarse una y otra vez contra toda forma de opresión, incluida la emanada de invasiones foráneas, por lo que la Guerra de la Restauración se erige como el mejor ejemplo de que flácidos, descalzos, sin armamento suficiente, los hombres de esta tierra fueron capaces de derrotar a un ejército imperial.
Las presentes generaciones están compelidas a cuidar como las niñas de sus ojos este aun débil espacio democrático, y la Constitución política que sirve de sostén a la República heredada de los trinitarios y los restauradores, tal como cumplieron los combatientes contra las invasiones de 1916 y 1965 y quienes, hace 50 años, decapitaron la tiranía. ¡Gloria eterna a los héroes de la Restauración!
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