Diez años de caza sin piedad, sin cuartel y sin éxito acabaron este domingo de manera emocionante y espectacular. Por fin Estados Unidos y la CIA habían logrado echarle el guante a Osama Bin Laden. ¿Ha sido un éxito, ha sido buena suerte, ha sido casualidad? ¿Pero cómo se llega hasta aquí y por qué no se ha llegado antes?
Como nos dice Dennis Pluchinsky, antiguo analista de inteligencia del Departamento de Estado y actual asesor de lucha antiterrorista para la CIA, el FBI y el Pentágono, “cada mes que ha transcurrido desde el 11-S sin atrapar a Bin Laden era un fracaso de la inteligencia norteamericana”, a la que la brutal emergencia de Al Qaida en su propio territorio pilló evidentemente con el pie cambiado.
Claro que en este tipo de apuestas la carga de la suerte siempre está muy desequilibrada a favor del terrorista. Pluchinsky cita de memoria un comunicado del IRA que, después de un atentado fallido contra la entonces primera ministra británica Margaret Thatcher, se jactó de que “a nosotros nos basta con tener suerte una vez, vosotros necesitáis tener suerte siempre”. Pero incluso la suerte de Bin Laden ha tocado a su fin.
En parte eso se debe, coinciden todos los expertos consultados por este periódico, a que los espías norteamericanos y sobre todo sus jefes han aprendido de algunos clamorosos errores del pasado reciente. Se acabó lo de dar crédito a cualquiera, lo de sacar los cañones sin mirar qué hay delante o lo de intervenir ilegalmente millones de comunicaciones en el mundo para luego no tener agentes capaces de entender el idioma de las personas espiadas. “Para cazar a Bin Laden necesitábamos actuar más como Sherlock Holmes y menos como James Bond”, concluye Mark Riebling, autor de una monumental historia comparada de la CIA y el FBI.
Otro estudioso de la CIA, Tim Weiner, coincide en que la localización del hombre más buscado del mundo fue por fin posible gracias a “un trabajo detectivesco a la antigua usanza, con más factor humano que alta tecnología, con soldados y espías siguiendo el rastro de un correo de Bin Laden durante años, y encontrando por fin la pista”.
Pakistán desconocía la operación
Para otro día queda la inquietante reflexión de que el líder de Al Qaida se ocultaba en un país teóricamente aliado como es Paquistán, pero al que en ningún momento se informó del operativo en marcha. En la Casa Blanca lo justifican por razones de extrema seguridad, subrayando que incluso en Estados Unidos sólo un selectísimo puñado de personas estaba al corriente. Pero queda en pie el incómodo hecho de queWashington no puede, ni confiar en los paquistaníes, ni prescindir de ellos. En esa parte del mundo pasan demasiadas cosas a tener en cuenta.
Pluchinsky destaca la sangre fría y la paciencia como una cualidad fundamental de esta operación, que permitió entrar en la boca del lobo y salir de ella con cero bajas norteamericanas, y eso que Bin Laden se ocultaba en una verdadera fortaleza, rodeada de empalizadas y alambre de espino y toda clase de medidas de seguridad. La importancia de los recursos desplegados contrastaba con la ausencia de teléfono e Internet, uno de los indicios de que en aquel edificio ocurría algo fuera de lo normal.
Todos coinciden que esa incomunicación con el mundo exterior era uno de los precios que Bin Laden tenía que pagar por no caer en las manos de Estados Unidos después del 11-S. Lo cual le convertía en la cabeza más simbólica que pensante de Al Qaida, en una especie de superguru espiritual distanciado en la práctica del mando operativo.
Según la consultora americana privada de inteligencia Stratfor, dirigida por George Friedman, ya hace tiempo que el peligro real no es Bin Laden ni su Al Qaida tradicional sino las “franquicias” de la marca en la Península Arábiga y en el Magreb, organizaciones inspiradas por Bin Laden pero con independencia orgánica. Una de ellas fue la que cometió los atentados del 11-M en Madrid. A día de hoy constituyen una mayor amenaza las bases integristas descabezadas y los llamados “lobos solitarios”, individuos que sucumben al hechizo de la yihad con poca o ninguna ayuda del terrorismo profesional organizado. Este tipo de personajes pueden actuar en cualquier momento en cualquier país y además son muy difíciles de prever, porque casi no hay estructura que rastrear. Se les detecta cuando actúan.
Cuando el todavía director de la CIA, Leon Panetta, advierte de que hay que esperar algún tipo de “venganza” de Al Qaida por la muerte de Bin Laden, se refiere más a ataques aislados y fulminantes que a nuevas masacres a gran escala tipo 11-S o 11-M. Eso cada vez es más difícil en el enrarecido y desconfiado mundo de hoy. Claro que difícil nunca significa imposible, y además si algo ha demostrado este tipo de terrorismo es su capaz de mutar como el camaleón.
“Pero últimamente el mismo Bin Laden trataba de cubrir sus objetivos por vías alternativas a la violencia, por ejemplo apoyando las revueltas para hacer caer al gobierno de Egipto”, reflexiona Tim Weiner. Antes de llevarse las manos a la cabeza, que Al Qaida intente salir “ganando” con un cambio de régimen en El Cairo no significa necesariamente que lo consiga. No parece casualidad que las pistas para encontrar a Bin Laden hayan encajado precisamente ahora, en plena “primavera árabe”, después de años de inopia y de fracasos de la CIA.
¿Fue la CIA quien entró?
Pero, ¿fue la CIA quién entró en la guarida del terrorista? El gobierno de Estados Unidos se muestra reacio a concretar si los tripulantes de los dos helicópteros que lanzaron el asalto –una misión potencialmente suicida, o por lo menos muy peligrosa- eran soldados, eran espías, o de todo un poco. Las fronteras entre ambas cosas tienden a difuminarse y más que lo harán cuando el general David Petraeus pase a dirigir la central de inteligencia, cada vez menos un servicio secreto civil y más una organización paramilitar. Como en los viejos tiempos de la Office of Strategic Services de la Segunda Guerra Mundial, cuyo jefe, Wild Bill Donovan, gustaba de ir al frente siempre que podía y hasta consiguió desembarcar en Normandía desafiando las estrictas órdenes en contra de la Casa Blanca y del Pentágono.
Son tiempos de cambio en la comunidad de inteligencia norteamericana, inmersa en un relevo de liderazgos y estrategias. ¿Sabrán aprovechar el balón de oxígeno, confianza y propaganda que les presta la caída de Bin Laden? Hay que ver lo que dan de sí los documentos y ordenadores incautados en la fortaleza paquistaní. Y aunque una Al Qaida sin Bin Laden sea operativamente la misma en el día a día, borrar del mapa la mente que urdió la masacre del 11-S tieneun valor emocional enorme, sobre todo dentro de Estados Unidos. Fuera, no tanto. Pluchinsky advierte de que para los yihadistas de todo el mundo, su adorado líder ha muerto “como un mártir”, enfrentándose fusil en mano al enemigo. Más que experimentar un sentimiento de derrota, pueden enardecerse con su ejemplo.
En este sentido Pluchinsky considera un error de Obama haber salido a dar personalmente la noticia: “Estados Unidos infló el personaje y la importancia de Osama Bin Laden en vida, y lo vuelve a hacer después de muerto”. Es posible que el experto en inteligencia tenga razón, pero, ¿quién no comprende al presidente de Estados Unidos? Política y humanamente era algo irresistible.
La victoria tiene «un precio»
En cualquier caso toda la comunidad de inteligencia norteamericana está preparada para pagar “un precio” por esta victoria. La controvertida decisión de arrojar el cuerpo de Bin Laden al mar, invocando extrañas interpretaciones de la «sharia», apenas vela el miedo a que cualquier sitio de la tierra en que se le diera sepultura se convierta automáticamente en un imán de extremistas.
¿Ganará Bin Laden batallas después de muerto? Mark Riebling considera que la parte de “suerte” de este “gran éxito de la inteligencia americana” es sobre todo que haya coincidido en el tiempo con la ofensiva de primavera de los talibán en Afganistán, que según lo anunciado empieza precisamente hoy.
“Por primera vez en mucho tiempo hemos roto la iniciativa del enemigo, nos estamos moviendo más rápido que él”, razona el experto, que espera que Estados Unidos aproveche el impulso para descargar nuevos ataques contra objetivos de Al Qaida en Paquistán y sobre todoen Yemen.
“Cuando has roto el gran nudo de una red tienes entre doce y veinticuatro horas para romper los nudos medianos y pequeños antes de que se reconfiguren”, advierte. En el largo plazo, concluye, la lucha evolucionará hacia “operaciones de las fuerzas especiales y ataques con drones en refugios terroristas a través de Asia Central y Oriente Medio”. La guerra continúa.
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