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domingo, 13 de marzo de 2011

SISMO DE JAPÓN: Sendai, un error de cálculo?

Las calles de Sendai están llenas de grietas y cráteres. Pareciera que la ciudad hubiera sido escenario de una fuerte explosión o un bombardeo. Edificios arrancados de raíz, casas destrozadas, barcos y carros volcados son el escenario de este puerto de la costa Pacífica japonesa que, según le contó a El Espectador Fernando Barbosa, politólogo y consultor internacional que vivió en ese  país durante ocho años, era una de las ciudades más lindas del archipiélago. Barbosa recuerda que Sendai tenía una de las vistas más famosas del Japón: Matsushima (matsu, que significa pino, y shima, isla). “Este lugar estaba compuesto por un conjunto de islitas de pocos metros sobre las cuales había pinos moldeados por los vientos, tenían formas muy especiales”. 



Explica Barbosa que la parte noroeste del país, que fue la más afectada por la tragedia, es en donde se encuentra el Japón más puro. “Todos los procesos de desarrollo e industrialización han ocurrido hacia el occidente y suroccidente, pero este lado se ha mantenido muy puro. Todavía hay costumbres más tradicionales. Recuerdo haber visto sólo una fábrica, era un lugar de espíritu más campesino, de pescadores”.

Fernando Barbosa, quien fue representante comercial del gobierno colombiano en Japón durante lo años 90, señala que Japón es el país que está mejor preparado para los terremotos y que Sendai era una ciudad pequeña, pero bien construida. Así es, la mayoría de casas eran de madera (el material que mejor resiste un terremoto) y no existían edificios de más de cinco pisos de altura. En promedio, esta ciudad tenía un millón de habitantes.

“Japón lleva muchos años preparándose para un terremoto, porque la tierra se mueve todo el tiempo. Un dato: entre enero y marzo de 1990 tembló más de 400 veces en Tokio. Japón ha convivido con esta situación durante muchos años y por eso ha hecho esfuerzos inmensos en investigaciones e ingeniería para poder construir edificaciones debidamente protegidas”, dijo Barbosa.

El problema con esta última tragedia es que el país no esperaba un temblor en la zona en la que sucedió. “La tragedia no fue por el terremoto, sino por el tsunami”, explicó Yasuhisa Suzuki, ministro consejero de la Embajada de Japón en Colombia. 

El eje de los grandes temblores en el archipiélago nipón se ubica históricamente en la parte sur. Así, por ejemplo, en 1923, Tokio y Osaka quedaron destruidas por un fuerte terremoto que dejó más de 140.000 muertos. Después de esta tragedia los científicos japoneses pensaron que, 80 años después, un terremoto igual ocurriría de nuevo en Tokio. Pero no fue así, la tierra se sacudió violentamente al sur, 72 años después. Un temblor de 7,2 grados en la escala de Richter, más exactamente en Kobe (1995), dejó 6.000 muertos y gran destrucción. 

Y ahora aparece un movimiento mucho más fuerte (8,9 grados), pero al norte. “No estaba previsto que el epicentro fuera en un punto submarino, a 345 kilómetros de Tokio, y que la causa fuera un desplazamiento de las placas terrestres a 22 kilómetros bajo la superficie del océano Pacífico. Esto sólo se podía ver una vez cada siglo”, señaló Shigeo Takahashi, experto del Instituto de Investigaciones Portuarias de Japón.

Barbosa resalta el espíritu de los japoneses. “La tragedia llega en un momento de estancamiento económico, pero creo que eso pondrá al país en la senda del progreso de nuevo. Los japoneses son unos genios en recuperarse, su espíritu indeclinable frente a las grandes catástrofes se ha comprobado. Es un pueblo que trabaja unido y eso crea una fuerza que la naturaleza no puede sospechar”.

Terremotos, viejos conocidos de infancia

Mientras Satoshi Ogawa dormía en Cali, el norte de su país vivía el infierno mismo. Un tsunami entraba por las costas del norte y arrasaba todo a su paso. Si hubiera estado en Saitama, donde vive a las afueras de Tokio, posiblemente la intensidad de 8,9 grados en la escala de Richter le hubiera significado momentos de angustia.

No obstante, no le hubiera parecido extraño. Desde niño, en la escuela pública de Tokio en la que estudiaba, como todas las demás de Japón, cada dos o tres meses junto a sus compañeros entrenaba cómo actuar cuando simulaban que la tierra temblaba o cuando en efecto la tierra temblaba sin mayores consecuencias.

Satoshi Ogawa cuenta desde Cali, donde se encuentra de intercambio en la Universidad del Valle, que la capacitación para responder a emergencias varía de acuerdo con las ciudades. Después del terremoto de Hanshin (1995, cerca de 6.500 muertos), ciudades como Kobe y Osaka reglamentaron los cursos de reacción a sismos como una asignatura más en el programa escolar, desde los niveles primarios hasta los superiores.

La propensión de Japón a los sismos también ha obligado a los gobiernos a diseñar políticas públicas para la prevención, como la instalación de un sistema que paraliza los medios de transporte cuando se registran temblores o el establecimiento de rigurosos protocolos de construcción que abarcan desde los materiales que deben ser empleados para las estructuras, hasta especificaciones de diseño.

A través de la televisión estatal, además de difundir recomendaciones de cómo evitar salir a la calle durante un terremoto, buscar refugio bajo las mesas y tener un casco siempre a la mano, las autoridades emiten alertas con hasta media hora de anticipación gracias a una red de boyas que con sensores advierte la inminencia de un sismo.

En Japón los movimientos de tierra forman parte del hábitat natural y lo convierten en el país mejor preparado del mundo para hacerles frente.

Un proyecto al estilo Julio Verne

Todo comenzó en 1990 cuando a Asahiko Taira, un experto del Centro Japonés para la Exploración de las Profundidades de la Tierra, se le ocurrió explorar la falla Nankai. ¿La intención? Entender cómo se gestan el 20% de los terremotos más grandes de la historia.

Así pues, el proyecto, denominado NanTroSEIZE, comenzó con la construcción del astillero ‘Chikyu’, un moderno barco en tareas de exploración capaz de taladrar hasta profundidades de 6.000 metros. Una vez terminada la embarcación, en 2005, los expertos comenzaron las tareas de perforación, que poco a poco han ido allanando el camino para la instalación de un sistema de control que permita analizar de cerca los movimientos telúricos.

A pesar de que estaba previsto que la última etapa concluyera en 2011, diferentes contratiempos lo impidieron. Según los directores del proyecto, esto sólo podrá ocurrir en 2014.

  • Elespectador.com

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