La República Dominicana tiene el reto de hacer un buen año en un mal tiempo. Desde temprano el precio del petróleo aparece como una seria amenaza a ese reto que deberá encarar el país y de manera particular el Gobierno, responsable de conducirnos a buen camino.
Es un problema mundial, pero que repercute en nuestra realidad en los aspectos esenciales de nuestra economía nacional y que inciden de forma directa en los bolsillos de las familias que ven mermadas sus posibilidades de mejorar y que en muchos casos, vulnera su situación actual.
Especialmente, se afectan los alimentos y el transporte. Y aquí esos dos elementos resultan vitales para el sostenimiento de una buena parte de la población que vive en los niveles más elementales de subsistencia. Usualmente resulta incomprensible cómo pueden vivir con tan poco.
Los aumentos constantes en los precios del pasaje y de la comida reducen cada día las posibilidades de esa amplia franja social del país. Incluso, el propio Fondo Monetario Internacional (FMI) nos advirtió del peligro que implican estas alzas en los alimentos y en el transporte, aun cuando el organismo financiero se muestra muy optimista con el crecimiento de la economía nacional.
Es lógico que crecer siempre sea una buena noticia, pero ese hecho no es una panacea que resuelva todos los problemas que se reflejan en una economía, sobre todo en los aspectos sociales que tanto presiona el ambiente político, y que trae en consecuencia otras derivaciones, como el auge de la delincuencia, y en definitiva incrementa la falta de fe en el progreso.
No es fácil vivir con la soga al cuello, y así hay miles de familias regadas en todo el territorio nacional. Y eso debemos tenerlo en cuenta.
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