La decisión del presidente de Egipto, Hosni Mubarak , de entregar el poder a los militares abre el camino para una transición democrática. Esa forma de dejar el poder pone fin a casi 30 años de mandato caracterizado, entre otras cosas, por la corrupción.
Los egipcios encendieron la chispa y han simbolizado su lucha en la plaza de Tahrir, la que ha sido un lugar de acudir para construir las presiones sociales y políticas hasta vencer la resistencia del poder.
Aunque en ocasiones se han producido enfrentamientos, incluso, entre grupos que apoyaban al gobierno y los que lo rechazaban, ha sido en esencia una lucha pacífica, pero efectiva.
Mubarak está fuera y con su salida queda también sin efecto su primera maniobra de delegar poderes en su vicepresidente Omar Suleimán, que no era más que una maniobra para continuar en el mando. Esta ha sido una lucha amparada en los mecanismos modernos que permite el Internet y ello bien puede indicar los cambios necesarios que requiere la región africana y el Medio Oriente.
Es un hecho sin precedente en Egipto, el que seguro repercutirá en esas zonas como en todo el mundo, como modalidad de lucha contra el poder. Hemos vuelto de alguna manera a la lucha pacífica contra el poder. Es sin duda una forma de desesperar la vocación represiva en que normalmente está amparado el ejercicio del poder.
Ha sido una revuelta popular que sacó del poder al dictador de Tunisia, Ben Alí, y ahora se lleva a Mubarak de Egipto, ambos en el África, aunque este último con frontera en el Medio Oriente, donde escasean los gobiernos democráticos. Ojalá que haya llegado la hora de los cambios necesarios en esas regiones.
Llegada la transición, esta debe recoger los sentimientos de la población.
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