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domingo, 26 de diciembre de 2010

Yo celebro la navidad y creo en todos los dioses y en ninguno, creo en todas las religiones y en ninguna


En teoría, el día de navidad celebramos el nacimiento de Cristo, hijo de Dios que vino a hacerse hombre para predicar el amor entre nosotros y entregó su vida crucificado y murió lentamente como prueba del amor que nos tenía a los hombres. En la práctica, el día de navidad las familias se reúnen, se entregan regalos, comen en abundancia y expresan con regalos, comidas, plegarias, música, abrazos y besos el amor que sienten por ser miembros de esa familia, el amor que sienten entre ellos.


Muchas de esas familias, que entienden el día de navidad como un día para expresar el amor por el otro, no necesariamente creen en que hubo un señor que nació en el pesebre de Belén y que fue crucificado tal como lo narra la Biblia y que ese señor o ese predicador o ese filósofo incomprendido era realmente el hijo de Dios.
No todos los que celebran la navidad creen a pie juntillas en tal o cual libro sagrado, ni pertenecen a tal o cual confesión religiosa, ni practican tales o cuales mandatos morales, ni siquiera están seguros de que el hijo de Dios vivió entre nosotros, ni de que Dios exista a tiempo completo.
Yo celebro la navidad y sin embargo soy agnóstico. Yo celebro la navidad y creo en todos los dioses y en ninguno, creo en todas las religiones y en ninguna. Yo celebro la navidad porque es un día más pero no un día cualquiera, pues nos recuerda que estamos vivos (lo cual ya es insólito, extraordinario, en el contexto del tiempo cósmico) y que aún estamos a tiempo de decirnos que nos amamos, incluso si no nos amamos del todo o todo el tiempo (pero ya decir que nos amamos es igualmente insólito, extraordinario, porque, en rigor, rara vez nos decimos eso los humanos).
No me apunto entonces al club de los que dicen que la navidad es odiosa y detestable, que las reuniones familiares suelen ser aburridas y envenenadas por el tedio y la hipocresía, que es una fiesta obscena del consumismo, una celebración del dinero, porque el amor se expresa en regalos y los mejores regalos siempre son caros. No me apunto a esa cofradía quejumbrosa y descreída. He leído muchas veces a gente diciendo que odia la navidad y sospecho que esa gente probablemente se odia a sí misma o a la especie humana en general.
Porque, a fin de cuentas, la navidad es una celebración urgente, instintiva, del hecho milagroso (o al menos inexplicable) de estar vivos, no importa si crees en tal o cual Dios o en ninguno, no importa si tienes la plata para comprar el mejor regalo o sólo te alcanza para abrazar y besar a los que más quieres y decirles que los amas, que es siempre el regalo más precioso (y no se puede comprar).
Lo único que importa en la navidad es recordar que tienes la suerte, si acaso, de tener a una familia que te ama, o a unas personas que te aman aunque no tengan vínculos sanguíneos contigo y son ya la familia que has elegido. Lo único que importa en la navidad es reconocer que estás vivo, que esta puede ser tu última navidad, que todavía hay gente que te ama a pesar de todo y que todavía amas a ciertas personas a pesar de todo.
Por eso ninguna navidad es despreciable, por eso me digo que hay que celebrar cada navidad como si fuera la última, porque, creas o no creas en las evocaciones religiosas que ella despierta, lo único cierto, verdadero, palpable, demostrable el día de la navidad es que todavía estás vivo, que respiras, que caminas si tienes suerte, y que a tu lado hay niños que abren regalos y sonríen, y hay gente que te ama porque creció contigo y porque su instinto es amarte aunque no merezcas que te amen, y porque algunos de los que te amaron ya no están (y, aunque no creas en ningún Dios, quizá merezcan que les digas que los amas o que los echas de menos) y porque tienes la suerte de que todavía viven otros que te amaron toda la vida y que te amarán hasta el último de sus días o de los tuyos.
El milagro escondido de la navidad no es necesariamente que hace tantos miles de años nació furtivamente el hijo de Dios: el milagro es que tú y yo todavía estamos vivos y que todavía hay gente que amamos y que nos ama. No dejes pasar la ocasión de decirle a esa gente que la amas, porque un día (más pronto de lo que esperas) puede que ya no tengas esa oportunidad, y entonces serán ellos los que con suerte te recordarán en una navidad en la que estarás ausente.

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