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miércoles, 22 de diciembre de 2010

Trabajar en el campo es sobrevivir

EL FINANCIAMIENTO, EL LIMITADO ACCESO A NUEVAS TECNOLOGÍAS Y LA BAJA REMUNERACIÓN DEL TRABAJO SE MANTIENEN COMO PRINCIPALES PROBLEMAS DEL SECTOR AGRÍCOLA


Las plantas de habichuela aún están humedecidas por el sereno de la madrugada. Diecinueve hombres salieron con el sol a cuidarlas.
Desyerban a un ritmo común cada uno de los surcos de la parcela ubicada en el mismo Granero del Sur, San Juan de la Maguana.

Para realizar su trabajo los campesinos utilizan como herramienta una azada que alternan con el machete que suelen llevar al cinto. Inician la jornada a las 7:00 de la mañana y terminan a las 3:00 de la tarde, por lo que reciben una remuneración de RD$300 ó RD$350. El grado de dificultad del trabajo del día o la generosidad del dueño de la plantación pueden variar positivamente la paga.
“Cuando estamos mojando son quinientos pesos porque ese un trabajo más difícil. Casi todos los patrones pagan igual”, dice José Viola, encargado de supervisar las acciones del grupo especializado en sembrar la tierra de manera artesanal.
El agricultor ha visto en la zona las bondades del riego por goteo y la plastificación de cultivos, pero no ha tenido la oportunidad de aprender a manejar esos ni otros recursos tecnológicos. Como sus demás compañeros, alquila su fuerza de trabajo y su seriedad a los producto- res del lugar, sin mayores beneficios que la sobrevivencia.
A su derecha, a más de cuarenta kilómetros de distancia, en Vallejuelo, Ramón Zabala lamenta las condiciones laborales de los hombres y mujeres del campo. Y asegura que la mejoría puede llegar si los productores reciben mayor apoyo financiero y seguridades de comercialización que permitan tener un retorno superior a las inversiones.
“A veces tenemos que votar toda la cebolla o el ají. Ningún cultivo está seguro. Se siembra a lo que Dios quiera.
Asesoría técnica tenemos muy poca”, afirma el productor de 58 años dedicado a la agricultura desde que comenzó a tener “uso de razón”. Hace la salvedad de que la zona productiva ha sido visitada recientemente por especialistas de las empresas vendedoras de fertilizantes, quienes se limitan a enseñar el modo de aplicación de la gama de productos comercializados.
Zabala acostumbra contratar entre 10 y 60 obreros, por un jornal promedio de RD$250.
Tiene el deseo de utilizar los nuevos recursos tecnológicos en sus sembradíos, pero avanza a paso lento por los altos costos que la iniciativa implica. Otros, dice, ni siquiera avanzan porque no les alcanzan los ahorros y porque las fuentes de financiamiento cada vez son menores: “Los préstamos del Baco Agrícola son muy pequeños, y no siempre se pueden conseguir”.
Parte de los avances que se pueden observar en los campos de Vallejuelo, explica el agricultor, son el resultado de la aplicación del Proyecto de Apoyo a la Transición Competitiva Agroalimentaria (PATCA).
LOS JÓVENES NO QUIEREN CULTIVAR LA TIERRA
Pedro tiene 16 años. Y no quiere volver a trabajar en las plantaciones. Se cansó de “echar días” por RD$200 y RD$250, porque el dinero no le alcanza para cubrir sus necesidades.
Prefiere tapar y reparar gomas en un taller especializado en tractores, en la sección conocida como Pedro Sánchez. Dentro de la misma ruralidad, pero en otro oficio, puede ganar más y esforzarse menos.
“Yo estoy trabajando desde los diez años. Pero en la agricultura no hay vida. Siempre se anda jodio”, dice, y su afirmación es secundada al instante por otros dos jóvenes presentes en el taller.
Fuera se mueven adultos que no conocen un medio de vida distinto al campo.
Pedro no está dispuesto a trabajar por RD$700 lo que un campesino común trabaja por RD$200. Solo si se le presenta una necesidad importante, como la compra de “ropa para Navidad”, se mete en los surcos.
Cómo él hay otros tantos jóvenes renuentes a seguir la tradición laboral de sus padres, porque, a pesar de haber dedicado toda la vida a sembrar la tierra, no han podido superar la condición de pobreza.
“Mejor me quedo en el taller.
Esto está todo el tiempo, pero la agricultura se para a veces. Los productores tambisiembran ají y después lo mochan”, agrega Pedro, seguro de la prudencia de su decisión.
Radamés Montero Encarnación, productor de cebolla, tomate y habichuela, ve en la actitud de los jóvenes algo de razón. Considera que hay que estar muy motivado para dedicarse a la agricultura cuando las condiciones de trabajo son tan “duras” y los beneficios tan pocos.
Junto a un amigo, cuenta, consiguió instalar un sistema de riego por goteo en las tierras que administra, pero no puede usarlo como quisiera porque el sistema de bombeo de agua de la zona es deficiente.
“No es fácil. No todo el mundo quiere coger tanta lucha para ganarse la vida.
Por eso es que aquí hay tantos haitianos, porque ni los adultos ni los jóvenes dominicanos quieren seguir en esto”, entiende Montero Encarnación, agricultor que depende de la mano de obra de los inmigrantes haitianos.

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