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domingo, 20 de mayo de 2007

Estampas desaparecidas de Moca


Moca.- Cuando se recorren las grandes ciudades del mundo -París, Londres, Nueva York, San Francisco, Río de Janeiro- un paseo obligado para tener un conocimiento completo de la ciudad lo constituye el recorrido por la zona roja o zona de tolerancia.


Es una costumbre antiquísima situar en algún lado de la geografía citadina el lugar donde las “damas de la noche” puedan ejercer el más antiguo oficio de la humanidad. En la Roma antigua esta zona era famosa, y visitada frecuentemente por el emperador de turno.


Es llamada “zona de tolerancia” porque muchos países tienen en sus legislaciones la figura jurídica que penaliza ese ejercicio. Pero con el relajamiento de las costumbres, las autoridades se hacen de la vista gorda o se legaliza la actividad y allí entonces en esa zona se puede ejercer el oficio sin que ello conlleve persecución ni enfrentamiento. Entonces se entiende claramente que a esos sectores se les siga llamando “zona de tolerancia”.


En Moca también tuvimos nuestra zona de tolerancia. En los cincuenta y sesenta más concurrida, luminosa y llamativa zona de tolerancia en Moca era aquella que se encontraba en la parte más baja de la población y que los mocanos llamaban la Calle de los Perros.


Estaba situada paralelamente a un gran solar que luego fue conocido como “El Yucal de Alcedo Comprés”, luego urbanizado, donde está justamente el barrio José Horacio Rodríguez. Pues bien, frente a dicho predio, se encontraban alineadas cuatro o cinco pequeñas casas de madera, que durante el día permanecían cerradas pero a partir de las siete de la noche abrían sus puertas, encendían sus luces y se podía oír su música a todo volumen varias cuadras distantes.


Eran las casas donde funcionaban los negocios de la zona de tolerancia, que eran muy concurridos. Uno era regenteado por Pedro Casilla Clavel, conocido comúnmente como “Cuya”, o como “El Capitán”. En otro, el propietario era José Sánchez, “El Grifo”, personaje muy conocido en esta zona por su comportamiento y su conducta. Él siempre fue un manejador de este tipo de negocio.


En la Calle de los Perros se daban frecuentemente espectáculos subidos de tono. En los traspatios de muchas de las viviendas de esa calle, junto a familias que no tenían nada que ver con los negocios vivían las jóvenes que se dedicaban al oficio nocturno.


Era posible encontrarse con algunos adolescentes que habitualmente bajaban a la Calle de los Perros para asomarse a las persianas que daban al frente de los locales para desde allí contemplar el espectáculo de los contertulios bailando los sabrosos merengues y danzones que se sucedían durante casi toda la noche.


Recuerdo quien era el más llamativo bailarín que había en esos predios. Se trataba de Mario Sánchez, alias “El Tigre”, quien junto a una joven alta que tenía la cara con manchas o picaduras de viruela y que se conocía con el sobrenombre de “Mercedes la Gacha” hacían una pareja formidable.


Eran dos bailadores naturales. Cuando veo hoy en día por televisión los programas de los soneros, o los Soneros de Borojol me vienen a la mente la figura de Mario “El Tigre” y “Mercedes la Gacha“ fajados en un sabroso merengue y haciendo punto con una melodía antigua del son cubano.


Entre otros contertulios que hacían las delicias a los que llegaban y a los que participaban en la jornada nocturna podemos mencionar a Narciso, a Confesor y a Chen “el billetero”.


Por José Abigaíl Cruz Infante

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