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sábado, 22 de septiembre de 2012

Diez razones por las que nos gusta tanto hacer el amor


¿No resulta obvia la respuesta? ¿De verdad es necesario realizar una encuesta o una investigación sociológica sobre el tema? Pues parece ser que no se trata únicamente de por el placer, como podría imaginar un mal pensado. Como recuerdan los veteranos David M. Buss y Cindy M. Meston de la Universidad de Austin (Texas), las razones que nos conducen a practiar sexo es uno de los asuntos que menos han interesado a la psicología, cuando precisamente es de los más relevantes, ya que manifiestan de manera clara las ideas, creencias y actitudes de la persona que lleva a cabo un acto sexual.

Los autores recuerdan que una relación sexual no implica solamente a las dos personas que participan en el acto, sino también “un contexto social y cultural mucho más amplio, en el que tiene implicaciones en lo que se refiere al prestigio, estatus y reputación”.

Tampoco, al contrario de lo que mantendría la pareja protestante de El sentido de la vida de los Monty Python, nos reproducimos por razones meramente reproductivas. Es más, el ser humano es uno de los animales que menos descendencia tiene en comparación con el número de sus relaciones sexuales, que en muchos casos puede situarse en una relación de mil a uno.

Buss y Meston preguntaron en 2007 a 404 estudiantes texanos y encontraron 237 razones diferentes para practicar sexo, es decir, casi una diferente por cada pareja. De servir como solución al aburrimiento a aliviar un dolor de cabeza, entre los más de dos centenares de respuestas había razones para todos los gustos: “estaba cansado de ser virgen”, “mis hormonas estaban fuera de control”, es considerado tabú por la sociedad”, “quería celebrar algo especial”, “estaba borracho”, “fue el resultado de una apuesta”, “quería alardear delante de mis amigos por mi conquista”, “era una forma de cambiar de tema en la conversación”, “era consciente de que no iba a tener una oportunidad semejante” o “quería dar la bienvenida a alguien que volvía a casa”. Incluso hubo quien llegó a manifestar que una de las razones por las que practicaría sexo sería para transmitirle una enfermedad a una persona que le cayese mal.

La diferencia, hay que recordar, es que la mayor parte de los encuestados eran jóvenes universitarios que, por lo tanto, obedecen a motivaciones distintas que los adultos en sus encuentros sexuales. Como recuerdan los investigadores, según una persona se hace mayor, se muestra más inclinada a dar más importancia a lo afectivo que a lo meramente físico. Pero, en general, ¿qué nos conduce a practicar el acto sexual, y por qué deberíamos hacerlo?

–Placer. Quién lo diría, ¿verdad? El orgasmo con el que concluye (en teoría) toda relación sexual alivia la tensión acumulada durante las llamadas fases de excitación y de meseta, y libera endorfinas que nos hacen sentir un bienestar instantáneo. Otras investigaciones recuerdan que este placer puede ser interpretado en su sentido más amplio, es decir, no sólo desde un punto de vista físico, sino también personal y social, de igual manera que una comida en un restaurante de lujo o un viaje a un destino paradisiaco.

–Reproducción. Hasta que seamos capaces de reproducirnos por esporas o por escisión, algo que no parece plausible en el corto plazo, seguiremos necesitando en la mayor parte de casos practicar sexo para tener descendencia. Salvo, claro, en los casos de inseminación artificial y reproducción asistida.

–La satisfacción del trabajo bien hecho. ¿Tienes baja la autoestima? ¿Sientes que has fracasado en todos los aspectos? Has feliz a tu pareja (en la cama) y todo irá automáticamente mucho mejor. En lo que se refiere al refuerzo de la confianza en uno mismo, nada mejor que un encuentro sexual satisfactorio, especialmente si viene acompañado por una retroalimentación positiva de nuestra pareja. De vez en cuando, hemos de recordarnos que somos bueno en algo.

–Para aprender. Una de las motivaciones más comunes entre los adolescentes, que durante los años de su juventud exploran el mundo a través de experiencias de diferente pelaje, entre las que se cuentan, como no podía ser de otra forma, las sexuales. En ese sentido, el sexo jugaría un importante papel socializador y de puesta en práctica de los conocimientos adquiridos, ya que pone a prueba la entrada del joven en el mundo adulto. Con el paso de los años, este carácter exploratorio de la sexualidad comienza a desaparecer a favor de otro tipo de razones más íntimas (comprensión, confianza, seguridad), aunque nunca es tarde para aprender cosas nuevas.

–Necesidad de afecto. El sexo es una de las actividades más íntimas de la vida de cualquier persona, en cuanto que del repertorio de relaciones físicas que podemos mantener con las personas de nuestro entorno, no hay otra que la supere. Por ello mismo, como señaló B.C. Leigh en 1989, se trata de la mejor manera de expresar (y por lo tanto, sentir) el amor por nuestra pareja. Además, el orgasmo compartido alivia la sensación de soledad y desamparo consustancial a todo ser humano.

–Para sentirse cerca de Dios. Así lo aseguraban algunos de los consultados en el estudio. Quizá pueda parecer paradójico desde el punto de vista de la cultura occidental, pero en muchas tradiciones, el orgasmo (o la “petite morte”, como se denomina en francés), es uno de los pocos momentos en los que el pensamiento se libera por completo de contenido –junto, quizá, en la final del Mundial–, por lo que ha sido considerado como uno de los actos que más nos acercan a lo trascendente. No hace falta irse demasiado lejos para establecer dicha relación: las visiones extáticas de Santa Teresa de Jesús han sido interpretadas, en varias ocasiones (como ocurría en la polémica película de Ray Loriga Teresa: el cuerpo de Cristo), como una experiencia tan religiosa como sexual.

El sexo también tiene sus beneficios físicos, que se encuentran más allá de las motivaciones que personalmente podamos tener en practicarlo:

–Para relajarse y dormir mejor. Las hormonas liberadas durante el orgasmo son relajantes, como es el caso de la oxitocina y el DHEA, por lo que facilitan el descanso, especialmente si el encuentro sexual se lleva a cabo durante la noche. Además, el esfuerzo físico realizado durante el coito y la tensión muscular que este requiere provocan que nos encontremos fatigados después de terminar la faena, lo que unido a la liberación de dichas hormonas, hará que caigamos con mayor facilidad en los brazos del sueño.

–Para vivir más. Las hormonas liberadas durante el orgasmo favorecen la aparición de determinados anticuerpos que protegen al organismo de enfermedades, como señaló un estudio realizado por científicos de la Universidad de Pennsylvania. Las personas que practicaban sexo una o dos veces por semana gozaban de un nivel mayor de inmunoglobulina A (IgA), vital para protegerse de la gripe o los resfriados. Además, otro estudio británico señaló que la frecuencia de los orgasmos estaba relacionada con la esperanza de vida, al menos en los varones: según el estudio publicado en el British Medical Journal, aquellas personas que tenían más de un orgasmo al mes gozaban de un riesgo de mortalidad inferior al 50% que aquellos que no alcanzaban esa frecuencia. Eyacular con regularidad también previene el cáncer de próstata.

–Para adelgazar. Que el ejercicio es necesario para perder peso, es ampliamente conocido, pero se trata de una actividad en muchos casos tediosa y que apenas ofrece recompensas en el corto plazo. Así pues, ¿por qué no ligar nuestra actividad física a lo sexual? Según se ha estudiado, la postura del misionero lleva a consumir unas 200 calorías durante cada coito (aunque esta cifra se encuentra en función del tiempo que se tarde, claro está), mientras que otras más complejas pueden hacer aumentar tal cifra hasta las 600 (algo que también ocurre si se realiza en el agua), el equivalente a una media hora en la cinta automática.

–Para librarnos de las infecciones. ¿Por qué no nos reproducimos, por ejemplo, por escisión? La respuesta a esta pregunta ha intentado ser ofrecida por diversas hipótesis, como la llamada de la Reina Roja, en referencia a Alicia en el país de las maravillas de Lewis Carroll. En la novela del autor inglés, los habitantes del país de la Reina Roja debían correr continuamente para poder mantenerse en el mismo sitio, puesto que el terreno se desplazaba al mismo ritmo. Aplicada a la evolución, esta teoría señala que el motivo por el que seguimos reproduciéndonos de manera sexual es porque es la mejor forma de preservar genes que nos pueden ser útiles frente a los parásitos, cuya esperanza de vida es mucho menor, y por lo tanto, se adaptan de manera más rápidamente. Esta teoría fue expuesta por Matt Ridley en The Red Queen: Sex and Evolution of Human Nature.

Sin embargo, hay diversas razones que pueden llevarnos a practicar sexo en un momento determinado que son desaconsejables a largo plazo, como recuerdan los psicólogos:

–Por obligación. Entre las razones aducidas por los estudiantes investigados, una de las más frecuentes era la presión ejercida por sus parejas, una práctica que, señalan los psicólogos, se trata de una de las más dañinas en lo referente al bienestar personal. La principal razón es que de esa manera se llega a entender el sexo como algo negativo, una obligación entroncada con otras actividades vinculadas con la autoridad (el trabajo, el cuidado del hogar, los compromisos sociales) y desligada del carácter ocioso que debería tener una vida sexual sana. Quizá para este tipo de situaciones se inventaron los dolores de cabeza.

–Para dar celos a otra persona. El sexo como herramienta de control social, no de realización (ni gusto personal), que se constituye como un arma frente a los demás. Muchos de los investigados, especialmente las mujeres, señalaban que el sexo les permitía controlar a sus respectivas parejas (negándolo u otorgándolo) o poner a prueba su amor (siéndoles infieles). En una línea semejante se encuentran con otras actitudes –acostarse con alguien para conseguir que le haga más caso, obtener algún beneficio externo como un aumento salarial– que derivan en la utilización del sexo como un medio y no como un fin, de manera que nos vendemos (físicamente) a nosotros mismos.

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