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viernes, 25 de marzo de 2011

Reconstruir Japón costará tres veces lo de Katrina


El terremoto dejó el camino que conduce hasta el puerto de Kashima como un acordeón. La escenografía en esta zona industrial, hasta hace muy poco pujante, unos 100 kilómetros al norte de Tokio, es sepulcral: fábricas cerradas, chimeneas apagadas, portones con candados y barcos encallados que hacen equilibrio a varios metros de la costa. Casi no transitan vehículos y los únicos obreros son los que recomponen el tendido eléctrico y las grietas en el asfalto.

"Kashima depende de su puerto. La reparación de todo esto no puede demorarse", señala Eiki, uno de los operarios de la compañía de energía Tepco. Partida el alma que la mantenía vibrante, hoy esta ciudad languidece.
El urgente desafío de Kashima es el mismo que el de decenas de ciudades y pueblos de la costa nordeste de Japón, los más afectados por el poderoso sismo y el tsunami del 11 de marzo, que a pesar del drama que aún viven cientos de miles de damnificados ya pusieron en marcha la que será la reconstrucción de uno de los desastres naturales más costosos de la historia mundial.
La necesidad de volver a poner de pie a pueblos enteros; reparar viviendas, puertos, carreteras y plantas de energía, y crear planes para infraestructura a prueba de nuevos desastres demandará un esfuerzo de por lo menos cinco años, según especialistas. Y las estimaciones del gobierno ya apuntan a un costo de 310 mil millones de dólares, superior al que preveía el Banco Mundial, y casi el triple de las pérdidas que dejó el devastador paso del huracán Katrina por Estados Unidos, en 2005.
En varias de las zonas más afectadas, las autoridades japonesas no perdieron el tiempo. En Naka, en la prefectura de Ibaraki, los trabajos para reparar los inmensos cráteres en un tramo de la autopista que la conecta con Tokio empezaron sólo seis días después del sismo. Anoche, ya había sido reabierta al tránsito. Además, aunque todavía hay muchas vías dañadas, los trenes vuelven a operar de a poco en el Norte y tiende a normalizarse el suministro de combustibles.
"Hasta hace unos días las colas en las estaciones de servicio duraban horas -dice Yusuke, un taxista, en el centro de Kashima-. Ya no más."
El desafío para Japón es descomunal. Unas 270 mil personas continúan evacuadas en refugios, 760 mil hogares siguen sin acceso a agua corriente y 225 mil están sin electricidad. El número oficial de muertos ya roza los 10 mil y no declina el esfuerzo de los rescatistas para encontrar con vida a alguna de las 12 mil 645 personas que siguen desaparecidas.
La preocupación por el abastecimiento de alimentos ha hecho que los esfuerzos también se concentren en recuperar grandes extensiones de ricas zonas agrícolas en las prefecturas de Iwate, Miyagi y Fukushima, arrasadas por el ingreso del agua, hasta 10 kilómetros tierra adentro.
"Aunque la magnitud de lo que pasó ahora es mucho más grande, después del terremoto de Kobe, en 1995, la economía japonesa se recuperó a los niveles de actividad normales en un mes", explica Koichi Hachi, economista en jefe del instituto NLI, en Tokio.
En el corto plazo, la reconstrucción dará un empuje vital a la industria japonesa, que enfrenta un panorama oscuro por el declive del crecimiento poblacional, el lento repunte económico y la alta deuda pública -el doble de la producción-, que obstaculizan las inversiones en grandes proyectos de infraestructura. Pero sólo 13 días después del desastre, muchos japoneses todavía conviven con las huellas del sismo y la incertidumbre sobre lo que pasará en el futuro.
"Hoy la tierra tembló dos veces y por un momento volvimos a temer lo peor. ¿Hasta cuándo? ¿Quién puede asegurarnos que nada nos volverá a pasar?", se pregunta Yumiko Oikawa, un vendedor de comida en la estación de Tsuchiura.
Esta localidad al sur de Ibaraki, puerta de entrada a los pueblos costeros del Nordeste, lucha por volver a la normalidad. Los trenes desde Tokio, que demoran una hora y media, empiezan a llegar cada vez más cargados. "El impacto [del sismo] todavía se siente. Es mediodía y mire, acá hay muy poca gente comiendo. Pero la semana pasada no había nadie -comenta a La Nacion-. Nosotros no podemos quejarnos: al menos tenemos nuestras casas. Pero más al norte, ¿qué les queda?"
El terremoto y el tsunami aceleraron el declive de muchas poblaciones pesqueras, y es posible que, pese a los esfuerzos del gobierno por volver a dejar todo como estaba antes del 11 de marzo, la tragedia deje un tejido de pueblos fantasma a lo largo de la costa ante la preocupación por posibles futuros desastres naturales.
Exodo interno
En Mito, capital de la prefectura de Ibaraki, ubicada a pocos kilómetros del mar, saben de qué se trata. "Después del tsunami llegaron miles de personas de pueblos de la costa. Mucha gente mayor, pero también muchos jóvenes", apunta Shinichi Miyai, funcionario del gobierno local.
"Hoy tienen miedo de volver. No sé si lo perderán", agrega. En sólo cinco años, el número de personas que viven en pequeños pueblos se redujo en 10 millones. Y la fuerza laboral, que alcanzó un máximo de 87 millones de personas 15 años atrás, se prevé que será inferior a 50 millones en 2050.
"Las comunidades costeras aquí ya han experimentado el problema de los jóvenes que abandonan las ciudades, y esto podría ser la estocada final", opina Akio Nishizawa, profesor de economía en la Universidad de Tohoku, en Sendai, una de las ciudades más golpeadas.
Para el gobierno japonés, ése es otro importante desafío: cómo balancear el enorme esfuerzo de la reconstrucción en muchas comunidades que sufren un fuerte descenso de la natalidad y el éxodo de jóvenes hacia las grandes ciudades. Las que más riesgo corren, como era de esperar, son las cercanas a la planta nuclear Fukushima I, cuyos daños y el riesgo de una fuga radiactiva acapararon la atención de los japoneses y del mundo.

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